Tras el éxito de la mañana, el efecto adictivo de la pesca nos había pegado fuerte, y decidimos ir a pescar también por la tarde, a otro tramo del Ebro, aguas abajo. Fuimos decididos a pescar a todo: lance, fondo con limbriz, con maíz, etc. Llegamos al lugar, que ya conocíamos de años atrás, pero lo que vimos no fue muy alentador. El sitio era justo debajo de una presa, pero no una presa de hormigón, sino una acumulación de grandes piedras, por lo que los peces podían remontar. Era una presa bastante naturalizada, se podría decir. -Las presas siempre son buenos lugares de pesca, ya que los peces tienden a acumularse debajo (para cazar, porque suele cubrir más, porque no pueden remontarlas o porque se detienen a coger fuerzas antes de hacerlo). Sin embargo, había habido una enorme proliferación de plantas acuáticas aguas abajo de la presa, lo que iba a entorpecer enormemente la pesca, a causa de los enganchones. Ya estábamos decididos a irnos en busca de otro lugar, cuando de repente vi algo justo donde caía el agua. Eran unas colas de pez. Podían ser barbos, pero el tamaño no dejaba dudas. Eran siluros, muchos y muy grandes, puestos justo debajo de la cascada. En un principio pensamos que podría deberse al calor, y que estuvieran allí buscando el frescor o la oxigenación que crea la corriente. Luego descubriríamos, sin lugar a duda, que estaban allí para cazar. Montamos rápidamente las cañas de lance, presas de la adrenalina del momento, y nos dispusimos a lanzarles los señuelos. Al principio no picaban, y pudimos comprobar que eran muy asustadizos (hay que tener en cuenta que el siluro es un pez altamente sensible a las vibraciones, y que por tanto pueden detectar incluso tus pasos si estás muy cerca en la orilla). Al ver que no picaban, incluso intenté coger alguno con las manos. Me metí en el agua y me acerqué sigilosamente a un grupo. Dos de ellos eran de poco más de un metro, pero uno era realmente enorme. Llegué a tocarlos e incluso a rodear uno de ellos con los brazos, pero su mucosa, y su fuerza, hacen casi imposible cogerlos de esa forma, y se me escaparon por entre las piernas. Avancé un poco más por la presa, y vi algo que no podía creerme. Lo de ese grupo de siluros no era algo puntual. A lo largo de los más de 100 metros de presa, había grupos de siluros, alguno de más de 30, apelotonados bajo la cascada, sacando las colas e incluso las bocas del agua, desesperados por comer. Nos pusimos a lanzarles el señuelo, y esta vez no tardaron en picar. No hacía falta ni recoger. Era lanzarles en la boca y ellos engullían. Yo conseguí coger 2, no muy grandes para los que había, pero una vez que uno picaba todos los de alrededor se escapaban asustados hacia las aguas profundas. Tomás sacó otro. Y ya cuando vimos la cantidad que había, nos propusimos enganchar alguno más para que Ana y David, que habían venido también, sacaran alguno. Sólo conseguimos enganchar uno más, que sacó David (su primer siluro), y el resto se asustaron todos. Nico, que también lo estaba intentando por su cuenta, no tuvo suerte... Dejamos pasar el tiempo, a ver si los siluros volvían a las zonas de caza, pero no fue así, y tuvimos que conformarnos. No obstante, poder ver aquel espectáculo de siluros cazando en las corrientes, alguno de ellos de casi 2 metros, fue algo que nunca olvidaríamos. Y aunque tenemos la esperanza de poder presenciarlo otra vez, hay que tener en cuenta que en 7 años que llevamos pescando en muchos rincones del Ebro, era la primera vez que veíamos algo así. El tiempo dirá si volvemos a tener esa suerte.
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Uno de los siluros, de un bonito tono dorado, debido a que en aguas poco profundas con el sol adquieren más color que cuando pasan el tiempo en el fondo o en aguas turbias. |
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David con su siluro |
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Tomás y yo probando suerte en una corriente aguas abajo de la presa. |
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Nico con uno de los siluros
El más grande de la tarde picó bajo esta cascada pero no conseguí evitar que el hilo se enganchara, en alguna roca raíz, y no pude sacarlo, así que lo perdí:
En los dos vídeos siguientes se puede ver cómo los siluros estaban puestos bajo la corriente, en grupo, y sacando cola y cabeza del agua, a la espera de algún alburno o barbo despistado:
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