PESCA EN EQUIPO. 1 de septiembre de 2019. Río Ebro

Un día como otro cualquiera, en el que no tenía pensado ir a pescar, me desperté por la mañana y leí que Tomás se marchaba a pescar. Yo tenía que hacer algunas cosas, y había trasnochado, así que decidí no ir.
De vez en cuando miraba el móvil, para ir siguiendo la mañana de Tomás. El clima parecía bueno, me contaba, nublado y fresco, a diferencia de los días anteriores en los que el calor había sido excesivo. Por ello comenzó a pescar con los ánimos altos. Pasaba el rato y no tenía picadas, pero en la pesca, ya se sabe, nunca hay que perder la fe. Además, en ese mismo lugar ya habíamos sacado algún que otro gran siluro. La mañana seguía avanzado, Tomás en el río y yo en casa. Ya habían pasado dos horas, y todavía ni una picada. Ahora sí que sus esperanzas se iban tornando poco a poco en decepción. "No pica nada, es rarísimo. En seguida me marcharé a casa", me decía. Al leer eso dejé el móvil.
Al cabo de un rato, oigo que suena. Era Tomás. Me había llamado y mandado un vídeo, en el que se veía cómo algo grande le había picado. 
"Es algo muy grande, tienes que venir a ayudarme", me decía.
En el caso de los siluros, y en general de cualquier pez grande, siempre conviene ir acompañado, ya que si enganchas un ejemplar voluminoso, tendrás muy difícil, o incluso imposible, sacarlo del agua. Además yo nunca rechazaría ver en directo un gran siluro. Así fue que no lo dudé ni un segundo, me vestí rápido con lo primero que encontré (teniendo en cuenta que seguramente me tocaría meterme en el río), cogí el coche y fui pitando al lugar. Llegué lo más rápido que pude, y allí estaban. Pescador y pez enzarzados en la lucha. Tardé en ver al siluro, pero era evidente que era grande por lo mucho que se doblaba la caña y los arranques que daba. Sin embargo no era nada con lo que peleó al principio, me decía Tomás, que ya llevaba algo más de 15 minutos luchando con él. Ahora el pez estaba algo cansado, aunque todavía con muchas fuerzas, pues cuando intentábamos atraerlo volvía a alejarse hacia las profundidades. Al final conseguimos cogerlo de la boca y acercarlo a la orilla, entre varios coletazos. Tenía tanta fuerza que Tomás al cogerlo casi se cae al agua. Yo me encargué de sostener la caña, para no perder la tensión en el hilo, algo indispensable en la pesca. 
Al fin lo tuvimos en la orilla y pudimos hacernos las fotos de rigor, que, como siempre, fueron muchas. Estuvimos admirando de cerca al gran pez. Cada detalle de esta especie es distinto al de los peces ordinarios. La gran boca, los diminutos ojos, la larga aleta que le recorre toda la cola por debajo, esos bigotes... 
Fue un momento memorable, pero cuando te pica el gusanillo de la pesca... No puedes dejarlo ahí, así que esa misma tarde preparamos todo el arsenal, y nos fuimos a pescar a otro lugar del Ebro, y lo que pasó fue aún más espectacular. Pero lo dejo para otra entrada...
Fotos del siluro de la mañana:











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