SORPRESARGOS, Asturias (18 y 19 de agosto)

COMIENZOS EN LA PESCA NOCTURNA DESDE COSTA. Adaptación de material de lance a fondo

Verano de 2020, un verano que pasará a la historia y a la memoria de todos por ser el de la pandemia. Por fortuna, la situación era algo mejor que en marzo y abril, así que se nos permitió movernos por el país. En nuestro caso, conseguimos coincidir en nuestras vacaciones, lo cual es bastante complejo, y decidimos hacer un breve viaje a Asturias, tierra a la que cuanto más se va, más se quiere volver. 

El tiempo no acompañó, y en mi caso la salud tampoco, ya que estuve tres de los cuatro días que duró el viaje con un catarro bastante puñetero (no fue coronavirus, lo juro). El caso es que, dadas las condiciones climáticas (casi todo el tiempo lloviendo) no pudimos hacer gran cosa, salvo recorrer la playa cercana al camping donde nos alojábamos, concretamente la playa de La Griega, perteneciente si no me equivoco a Colunga, aunque quizás se la conozca más por estar próxima al mediático pueblo de Lastres.

Tomás y yo habíamos llevado con nosotros casi todo el equipo de pesca del que disponíamos. Por si las moscas. Lo primero que tratamos de pescar, como no podía ser de otra forma, fueron los mugles (también he oído que los llaman mugiles, lisas, y una infinidad de nombres comunes). Tuvimos la enorme suerte de que la parcela que nos tocó en el camping estaba justo al lado de la ría. Veíamos los grandes mugles nadar arriba y abajo, como provocándonos. Y por su puesto lo consiguieron. Montamos los aparejos y les lanzamos a través de la valla. Con este pez nunca se sabe. Tan pronto come cualquier cosa que le eches como no muestra el mínimo interés por nada. Esta vez iba a ser más de lo segundo, aunque insistiendo Tomás consiguió sacar uno. Pero ese no es el tema central de esta entrada, así que no me detendré más en estos hediondos peces.

El caso es que visto el panorama meteorológico que nos acompañaría durante nuestra estancia, poco más que pescar íbamos a poder hacer, lo que no agradaba demasiado nuestros otros dos compañeros de viaje, David y Gabriel. Solíamos dar paseos por la mencionada playa, mientras Tomás y yo lanzábamos nuestros señuelos ligeros con la esperanza de engañar a alguna lubina. Lo que más nos atraía era esta pesca de lance. Teníamos muchas ganas de capturar algo así, lo que fuera. Sin embargo, no tuvimos suerte y nada picó, ni en las zonas rocosas ni en las despejadas. Supongo que nos falta mucha práctica y conocimiento acerca de esta técnica en el mar. Llegó la noche, y sin demasiada fe, decidimos probar otra variante de pesca, la de fondo. El problema de la pesca a fondo en el mar es que hay que lanzar bastante lejos, generalmente. Para ello son necesarias dos cosas: un carrete grande en el que quepan muchos metros de hilo y una caña bastante larga, para facilitar el lance, que debe ser potente. La cuestión es que, por razones de logística de equipaje, solo pudimos llevar las cañas que normalmente usamos en el río para la pesca a lance ligero, es decir, cañas de menos de dos metros y carretes muy modestos. Si a ello le unimos que nunca jamás habíamos pescado desde playa, y que no sabíamos qué cebo utilizar, resulta fácil imaginar cuál fue el resultado de la noche de pesca. No obstante, lo mejor de esta actividad es precisamente lo sorprendente e inesperada que resulta, especialmente cuando vas poco preparado y sin demasiadas expectativas. Así pues, preparamos unos aparejos improvisados de fondo (el plomo tenía que ser suficiente para lanzar lo más lejos posible pero no demasiado pesado como para que rompiera el hilo al lanzar, que era muy fino). En cuanto al cebo, habíamos  comprado una lata de mejillones por si acaso, aunque nos dimos cuenta de que iban a ser inútiles, ya que era imposible que se quedaran fijos en el anzuelo. También habíamos recolectado unas cuantas lapas por la tarde, durante uno de los paseos hacia Lastres, así que decidimos usarlas. Por suerte, las lapas sí que se fijaban perfectamente al anzuelo. Con todo ya preparado, lanzamos las cañas lo más lejos que pudimos. Como era de noche y tampoco íbamos sobrados de linternas, no teníamos ni idea de dónde caía el aparejo. Era una pesca totalmente a ciegas. Cuando el aparejo tocaba el agua, movíamos la caña hasta la zona donde teníamos instalado el rudimentario campamento, con las sillas y las cajas de pesca con todos los artilugios. Una vez allí, la clavábamos en la arena, ya que no teníamos ningún tipo de sujeción que pudiéramos usar. Ya solo quedaba tensar el hilo y dejar la caña fija. Yo le puse un cascabel en la puntera, y ambos nos sentamos a esperar. Como digo, las esperanzas eran tan bajas que incluso nos reíamos de nosotros mismos por estar en esa situación. Sin embargo, al cabo de no mucho tiempo, 20 minutos o algo así, la puntera de la caña se movió un poco, y nos dimos cuenta gracias al cascabel. En ese momento es gracioso como tu autoconvencimiento de fracaso se torna radicalmente en un estado de atención absoluta, en el que te quedas mirando la puntera de la caña inmóvil y en silencio, dejando ver que cualquier interrupción de terceros va a ser una molestia para ti, que necesitas tener todos tus sentidos enfocados hacia la caña, ya que, en el fondo te debates en si de verdad pensabas que ibas a fracasar o no. Es una sensación mental extraña, que seguro que los pescadores que lean estas líneas compartirán y entenderán. 

En fin, volviendo a los acontecimientos, la punta no se volvió a mover en ese momento. No hay forma de saber qué ocurre en esas ocasiones. Habrá sido un golpe de la corriente, un pez enganchado con el hilo, un pez pequeño mordisqueando el cebo, una picada que no se ha clavado... Pero el caso es que la esperanza nos invadió, y aunque tremendamente sorprendidos, empezábamos a ver posible tener una buena primera experiencia de pesca costera a fondo, e incluso clavar algún pez. La noche avanzaba y seguíamos teniendo alguna que otra "picada" de esas, pero nada se clavaba. Nos empezábamos impacientar, pero no había nada que pudiéramos hacer. La noche empezaba a dejarse notar en forma de frío, y allí estábamos los cuatro, prácticamente solos en toda la playa. Tomás y yo fijos en nuestro puesto de pesca, moviendo de vez en cuando las toallas porque la marea estaba subiendo, y Gabriel y David dando paseos mientras escuchaban música y hablaban. Solo se acercaban de vez en cuando a las toallas para burlarse de que no íbamos a coger nada. Una de esas veces en las que ellos dos estaban lejos, de repente, la puntera de mi caña se movió de manera muy rápida, haciendo sonar el cascabel, aunque fue tan repentino que apenas pudimos reaccionar, y la caña cayó al suelo. Sin duda esto sí que era una picada. Tan pronto como pude cogí la caña, me dispuse a recoger el sedal pero ya era tarde. Fuera lo que fuera lo que había picado, o no se había clavado o ya se había soltado. El caso era que no había un pez al otro lado del sedal. Nos invadió una sensación de ligera frustración, aunque por otro lado estábamos emocionados, ya que ya no había duda de que los peces estaban picando. Lo único que podíamos hacer era comprobar el estado del cebo y volver a lanzar, y eso hicimos. Seguimos igual, moviendo periódicamente el campamento para que la marea no nos alcanzase. Cada vez hacía más frío, así que nos tapábamos con las toallas, tumbados en el suelo, hasta que algo picó de nuevo, y POR FIN se clavó. Fue otra vez en mi caña. La puntera se volvió a mover, pero esta vez al coger la caña sí que sentí algo al otro lado del sedal. Recogí impaciente. No quería ni pensar en perder la captura. La tensión se mantenía. Yo cada vez recogía más rápido. Recordemos que era totalmente de noche y no veríamos el pez hasta que lo tuviéramos justo en la orilla. Nuestra principal duda era de qué especie se trataría. Este tema era precisamente el que más nos atraía y atrae de la pesca marina, es decir, la variedad de especies, mucho mayor que en agua dulce, por lo menos en Europa. Sargos, lubinas, lábridos, mugles, blenios, gobios, dentones, doradas, etc, etc. Ya casi había llegado a la orilla y al final lo vimos chapoteando entre las olas. No era una gran captura, pero eso no importaba en absoluto. Al final lo vimos claro, se trataba de un sargo, concretamente de la especie "sargo común" (Diplodus sargus), o al menos eso creo. Por supuesto nos alegramos muchísimo, y en seguida hicimos la pertinente foto. Era una captura histórica. No fue la primera captura en el mar, ya que ese mismo verano yo conseguí capturar mi primera lubina (desgraciadamente sin prueba fotográfica), y ya contábamos con una larga lista de mugles. Pero esta era diferente, ya que era la primera captura puramente marina, entendiendo esto como el hecho de pescar desde la playa, de noche, en un sitio fijo, es decir, más preparados y con el objetivo relativamente claro. Lo que más nos sorprendió de este pez fueron sus dientes. No sabría describirlos pero el caso es que mejor que no te pille el dedo con ellos.

Ya con las esperanzas muy altas, liberamos al sargo de vuelta al agua y rápidamente preparamos todo para lanzar otra vez, no sin antes cambiar de nuevo las toallas ya que la marea subía sin parar (esto teníamos que hacerlo cada 10 o 15 minutos. Quizás alguien piense, "¿y por qué no ponían las toallas más lejos al principio para no tener que moverse cada tan poco tiempo?". Pues prácticamente por obligación. Como he dicho al principio, el sedal del que disponíamos era muy limitado, por lo que todos los metros que pudiéramos ganar al lanzar desde lo más cerca del agua posible, bienvenidos eran.). Volvimos a lanzar el cebo al agua, con lapa nueva, y tocaba esperar de nuevo. La suerte decidió abandonar mi caña para pasarse a la de Tomás. Me explico, si recordáis todas las picadas estaban siendo en mi caña (la de Tomás estaba lanzada al lado y con el mismo cebo). Sin embargo, una vez saqué el primer sargo, ya no tuve más picadas, y todo lo que ocurriría después sería en la de Tomás . Estas cosas, en la pesca, son bastante comunes. Sinsentidos de la pesca podríamos decir.

La noche seguía avanzando pero la actividad no tardó demasiado en volver, aunque como digo, ya siempre en la caña de mi compañero. Empezó como al principio, con picadas tímidas, aunque no tardaron tanto en decidirse, y en poco tiempo Tomás consiguió sacar un sargo de un tamaño similar al primero. Esta vez creo que era de la especie "sargo picudo" (Diplodus puntazzo). Como digo, no estoy totalmente seguro por varios motivos: primero que de momento no tengo mucha experiencia con especies marinas, y segundo que al ser de noche y con la emoción del momento a flor de piel... Pues eso. Lo principal era seguir pescando. Esta vez nos planteamos si soltar o no el sargo, ya que si cogíamos varios podríamos cocinarlos y comerlos. No somos muy de eso, o mejor dicho, la finalidad de pescar para nosotros no es conseguir comida, aunque no me niego a consumir los peces si se hace de manera responsable. Pero tratándose de pescado de mar, tan apreciado como el sargo, y por ser esa primera vez, al final decidimos quedárnoslo, con la esperanza, claro, de conseguir más. Así pues, sacrificamos al sargo y seguimos pescando. En esa ocasión estaban con nosotros Gabriel y David, que como digo aparecían y desaparecían por allí, dado que la pesca no es su pasión que digamos. Por fortuna, al poco rato picó otra cosa. Cuando Tomás lo estaba sacando notó que era algo más grande, y no se equivocaba. Al traerlo a la orilla vimos que era otro sargo, de la misma especie que el último pero algo más grande. También lo sacrificamos y seguimos pescando. Sin embargo, ya no cogeríamos más sargos, ni ningún otro pez, ni esa noche ni la siguiente que pescamos. La marea había subido tanto que ya no merecía la pena seguir pescando en ese lugar, ya que se había quedado una zona poco profunda de demasiada extensión. Por ello decidimos emigrar hacia otra zona de la playa, y nos instalamos allí, aunque parece que no era tan buena zona, ya que no picó nada más, así que al rato decidimos que ya era suficiente por hoy.

A la noche siguiente volvimos a la playa. La noche era parecida aunque había pronóstico de lluvia, que se acabó cumpliendo. Decidimos probar en otra zona, que aunque muy cercana a la primera, no dio resultados. Pronto nos movimos hacia una zona de rocas, pensando que sería lo mejor, pero al cabo de casi una hora no habíamos tenido ninguna picada, y finalmente nos marchamos.

Así llegó a su fin esta primera jornada de pesca costera nocturna, como siempre con sorpresas y una bonita experiencia en nuestra memoria.

A continuación dejo las fotos:

Primer sargo

Segundo sargo.

Los dos sargos de Tomás.


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